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La FIL


Ningún evento cultural, ni siquiera la filarmónica con el ballet ruso de 800 pesos el boleto tienen para mí el valor sentimental que tiene la Feria del Libro de Guadalajara. La emoción de no ir a la escuela para venir desde Colima, a las siete de la mañana, desayunar un pan del Globo y estar a las diez en la puerta de la expo.
Pasar todo el día de la mano de mi papá, viendo libros y viéndolo hojear libros con fotografías brillantes. Acompañarlo a preguntar si este año sí tenían La Arquitectura de León Battista Alberti... que cómo me gustaba escuchar la fonética rítmica de ese nombre.
Buscar entre la gente a la señora pelirroja que se escabullía por entre los pasillos y sentir un gran alivio al verla lejos, entre la gente, cargando bolsas de libros y hablando con desconocidos.
Tragarse un rápido susto a creer por una fracción de segundo que se ha perdido la bolsa de mano, la bolsa de libros, la factura de compra o la hermana chiquita. Sentirse grande cuando el encargado de x editorial no conocía lo que le estaba pidiendo.
Comer lo horribles baguettes fríos y caros de pan chicloso con los pies adoloridos.
Pedir una vez más el Todo Mafalda.
Visitar el Stand de la Universidad de Colima y burlarse de los nuevos libros editados por el primo del amigo del hermano del Gobernador.
Viajar de regreso a Colima, en la noche y leyendo los libros nuevos con la luz de la luna, quemándonos los ojos sin que los papás se dieran cuenta.


Este año caí en la cuenta de que nuestros rituales en la Fil son siempre los mismos. Llegar, quejarse por lo peligroso que es el espiral para subir al estacionamiento, evaluar la fila para entrar desde las escaleras eléctricas, comenzar con el recorrido de derecha a Izquierda, empezando por las editoriales religiosas que no le interesan a nadie, para pasadas las 7 de la noche quejarse de que no alcanzamos a llegar hasta el otro extremo, donde están los diccionarios y las enciclopedias electrónicas.
Ir nostálgicamente al fabuloso Stand que pone el ITESO, con aires de si yo hubiera. Buscar el Stand de Alfaguara y renegar de lo caro que son los de Alianza y Aneagrama. Renovar la suscripción de Letras Libres y hacer chistes acerca de los libros que cada quien debería comprar (y sí, este año tocó que me ajeraran con libros de obesidad...). Ir a cenar y justificar las elecciones de compra.
La excursión a la FIL es todo un evento ligado a un montón de sentimientos que se entremezclan entre ellos, con ellos y con la versión contemporánea de ellos. Las visiones, la gente, el olor de libros envueltos en plástico, los planes para el próximo año, la agenda ficticia que demanda un orden para leer lo nuevo y comprar lo que no alcanzó a comprarse. La FIL es como un espacio de deseos, sorpresas, expectativas y encuentros, con uno, con el que uno fue, con el de al lado y con el que está lejos, pero lee.

4 comments:

Manzana Marina said...

Árbol: Me encanta cuando las conversaciones se vuelven cíclicas... digo, por aquello de las mariposas amarillas que van a llegar a Guadalajara el próximo noviembre.
Te quiero y te extraño... y más en medio de una tormenta de letras.

Utopia Sensual said...

Recuerdas aquellos años en los que yo fui??.... jajaja me divertia mucho aunque todavia no nos llevabamos mucho... jajaja de verdura q era padre

Anonymous said...

Huy tu post esta vez me llegó fuerte y con aires de añoranza. Para mi el ritual también es de cada año, una tradición en donde la relación padre hijo es lo esencial. He asistido a la ceremonia de inauguración cada año, desde aquella vez que el innombrable, ese pequeño orejón, presidia la ceremonia (y el país) hace doce años o más. Era toda una experiencia, levantarse temprano para que no hubiera gente, ver la ceremonia y admirar a los invitados, ver a quien nos encontrábamos, sentirnos importantes entre tanta gente de saco, asombrarme porque mi padre siempre saludaba a 20 personas durante la visita y reír porque nunca se acordaba de la mitad de las personas que lo saludaban, pasar horas en el stand de la editorial de diseño, acompañar a mi padre en su incansable búsqueda del stand que representaba a japón sólo para enterarnos que ese año no vino o que los libros no están a la venta, solo en exhibición. Ahh que bonitos recuerdos, este año la tradición tuvo un descanso, pero el próximo estaré ahí Colombia!

une pétite étoile said...

kiero otra vez! muy pokito tiempo y muy pokitos libros.. jeje pero tengo a la tia julia! uy ya lo empece!! yei!
te amo!!