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No puedo seguir engañándome. Me froté los ojos y atravesé el túnel de telarañas que conduce a mi viejo blog. Me sentí entrar al jardín secreto, recorriendo un camino que solía ser prácticamente mi página de inicio. Hace más de un año que no posteo nada. ¡Nada! Listo. Claramente necesito hacer un cambio. Lavarme la cara y seguir.

La verdad es que tenía pensado abandonar este proyecto y reemplazarlo por uno nuevo. Más liviano, más social, conectado con Facebook, algo más 2.0 vaya. Que se volviera popular y desconocidos vinieran a chusmear. Ponerle más arte, más diseño, material de interés general; como diría un editor de magazine. Pero cuando entré, y leí mis viejos posts, se me vino mi vida en un rodaje de letras.

Me acordé de un montón de cosas, del sillón azul e incómodo del departamento en la calle Haendel que cada tanto se me llenaba de agua. De todas las veces que me quedé dormida ahí; vestida, sola y con la ventana abierta.

Entonces supe que no quería cerrarlo. Que me siento distinta pero en el fondo soy la misma; con más años, con más ideas y definitivamente con más drama, pero a final de cuentas la misma disparatada chica que hace más de cinco años escribió un post sobre hacerse un lugar en esta nube virtual inmediata e irreal como la pintura que pinta el cielo de rosa.