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Yo tenía un jardín secreto. Como el de la película. Cerrado con una puerta de madera enmohecida y un muro húmedo y alto cubierto de enredaderas. Mi jardín era tranquilo y seguro. Sombrío, callado y frío. Iba a pasear los domingos por la tarde. Descalza y desprendida del mundo descansaba en mi árbol y enterraba mis sentimientos de olor a tierra mojada.
Una noche me cansé de contar guijarros brillantes de luna. Sentí que había contado ya todas las estrellas, que mis ojos se habían llenado de su luz y que mi piel había ya absorbido todo el rocío de la poesía de Baudelaire.
Y busqué las llaves en el fondo de mis bolsillos, corrí a la puerta y abrí la oxidada cerradura. Y de un sólo golpe eché a volar todas las palomas que se me ahogaban dentro. Y entraron en tormenta sol, luciérnagas y abejas. Nacieron flores rosadas y mariposas etéreas cubrieron los viejos sabios troncos que me habían visto llenarme la boca de cielo.
Todo fue canciones, colores, frenesí; y mi jardín secreto se volvió un festival. Vinieron a instalarse la algarabía y la locura y yo, deslumbrada ante los ojos verdes del desenfreno me dejé conducir por un laberinto de algodones y sueños. Y me perdí. Y la luna dejó de hablar conmigo. Y mi mapa de estrellas se me hizo polvo entre las manos. No es que no vuelva porque me he olvidado... esque perdí el camino de regreso a mis tardes calladas y frías, a mi tronco sabio y a mi tierra mojada. Y mi jardín secreto... ya no es jardín y ya no es secreto.