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San Juan de Dios
















Fuimos a San Juan de Dios. Olor y colores palpitan entre los ríos de gente. Un murmullo constante y sordo, como el ruido del mar; y un calor íntimo, cómplice.
Todos estamos en San Juan de Dios. Tina Modotti, Bjork y la chupitos. Bob Marley y el diputado.
El mundo entero cabe en el puño si suenan tres pesos en el bosillo. Todos son todos y nadie es alguien. Miles de ojos se llenan de luz de paja, de plata, de piratería.
Un poco de ti se queda en San Juan de Dios. Un granito de polvo perdido en un cosmos de coincidencias y miradas demandantes. Entre los puestos, entre la gente. En sus profundos niveles dantescos que quedarán invertidos cuando gire el rodaje de sueños de la fortuna.
Fuimos a San Juan de Dios.

12:33 PM Edit This 3 Comments »
Maria José
Parte 1. Empezando por el nombre...

Se iba a llamar Pilar. A mí no me gustaba. Se me hacía un nombre demasiado rígido; un término arquitectónico tan pedregosamente frío como afeizar, moldura o cúpula. No pude sino imaginar un bebé hecho de concreto. Después me dijeron que podía decirle Pili y me pareció justo. Una noche mi mamá cerró el libro que nos estaba leyendo y finalmente dijo -Su hermana se va a llamar Maria José- y apagó la luz sin más explicaciones. Mi mundo de princesa rosa se trastabilló un poco. Si Pilar era ya bastante poco Nenuquesco, con este confuso nombre doble y medio andrógino, mi mentecita de cuatro años estaba demasiado consternada. No lo había oído nunca y hasta donde yo sabía, José era nombre de niño. Hot-wheels rojos flotaron en mi cabeza. Hot-wheels marca el camino. ¿Cómo Maria José? Supuse que el María pesaba más porque está antes pero José seguía haciéndome ruido. A mí, que Marina me parecía ya algo raro y cuestionaba sus connotaciones navegantes poco femeninas a mis ojos, antes de que las sirenas se pusieran de moda y ni hablar de los piratas del caribe. No podía creerlo. ¿Por qué, ahora que tenían otra oportunidad, no se limitaban a ponerle Lucía, Azucena o incluso Estrella?
Pasada la emoción de los primeros meses, cuando los bebés huelen a bebé y son más parecidos a un Cabagge Patch que a un ser pensante, mis dudas regresaron al percatarme de que la criaturita que tenía por hermana era lo más cercano que había visto a un aborigen. Tenía rizos negros en la cabeza y arrasaba con todo a su paso. Mi primo y mi hermano le decían "el ataque cardiaco". Mi abuela se limitaba a llamarla "la salvajilla".
Maria José parecía empeñarse en ser todo menos una niña. Se dormía apretando gusanos en sus puños, comía ladrillo molido y croquetas, por no dibujar arcoiris y flores se dibujaba a sí misma en el cuerpo de animales domésticos con su debida etiqueta "yo perro", "yo gato", "yo caballo"... ya para que no quedara duda, explícita y abiertamente decía que de grande quería ser animal.

Con la URSS a punto de caer, recogiendo nueces en la huerta de la hacienda. Mi abuela aún de luto y de izquierda a derecha (jaja) Maguis agachada indecorosamente, Héctor dando la espalda inseparable desde entonces de Rodrigo y Maria José conmigo en su carriola ochentera.