Maria JoséParte 1. Empezando por el nombre... Se iba a llamar Pilar. A mí no me gustaba. Se me hacía un nombre demasiado rígido; un término arquitectónico tan pedregosamente frío como afeizar, moldura o cúpula. No pude sino imaginar un bebé hecho de concreto. Después me dijeron que podía decirle Pili y me pareció justo. Una noche mi mamá cerró el libro que nos estaba leyendo y finalmente dijo -Su hermana se va a llamar Maria José- y apagó la luz sin más explicaciones. Mi mundo de princesa rosa se trastabilló un poco. Si Pilar era ya bastante poco Nenuquesco, con este confuso nombre doble y medio andrógino, mi mentecita de cuatro años estaba demasiado consternada. No lo había oído nunca y hasta donde yo sabía, José era nombre de niño. Hot-wheels rojos flotaron en mi cabeza.
Hot-wheels marca el camino. ¿Cómo Maria José? Supuse que el María pesaba más porque está antes pero José seguía haciéndome ruido. A mí, que Marina me parecía ya algo raro y cuestionaba sus connotaciones navegantes poco femeninas a mis ojos, antes de que las sirenas se pusieran de moda y ni hablar de los piratas del caribe. No podía creerlo. ¿Por qué, ahora que tenían otra oportunidad, no se limitaban a ponerle Lucía, Azucena o incluso Estrella?
Pasada la emoción de los primeros meses, cuando los bebés huelen a bebé y son más parecidos a un Cabagge Patch que a un ser pensante, mis dudas regresaron al percatarme de que la criaturita que tenía por hermana era lo más cercano que había visto a un aborigen. Tenía rizos negros en la cabeza y arrasaba con todo a su paso. Mi primo y mi hermano le decían "el ataque cardiaco". Mi abuela se limitaba a llamarla "la salvajilla".
Maria José parecía empeñarse en ser todo menos una niña. Se dormía apretando gusanos en sus puños, comía ladrillo molido y croquetas, por no dibujar arcoiris y flores se dibujaba a sí misma en el cuerpo de animales domésticos con su debida etiqueta "yo perro", "yo gato", "yo caballo"... ya para que no quedara duda, explícita y abiertamente decía que de grande quería ser animal.
Con la URSS a punto de caer, recogiendo nueces en la huerta de la hacienda. Mi abuela aún de luto y de izquierda a derecha (jaja) Maguis agachada indecorosamente, Héctor dando la espalda inseparable desde entonces de Rodrigo y Maria José conmigo en su carriola ochentera.