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Se le cayó torpemente una diminuta taza de capuccino. El café hirviendo rodó por la mesa de aquel restautantillo olvidado cerca de Pompeya. De un solo golpe todos saltamos hacia atrás para no quemarnos. Qué lejos estábamos de saber que ese momento cambiaría nuestras vidas. Rodrigo no dijo nada, sólo culpó a los italianos por hacer tazas tan pequeñas. Benigni vino a limpiarnos la mesa. En Nápoles ya no podía casi sacar papitas de la bolsa. En Roma de plano se quedó en el hotel. Escuché que mi papá no podía dormir. Mi mamá casi no hablaba. Mi hermana y yo no nos dábamos cuenta de mucho, pensamos que sería estrés o extrañamiento... estábamos demasiado ocupadas viendo los modelos que las ciudades italianas tienen por habitantes.
Una vorágine de noticias vino semanas después. Que se tiene que hacer estudios. Que en Colima no pueden hacerlos, que se vaya a Guadalajara. Que vea a este doctor... y a éste... y a este otro. Que puede que sea ésto o aquéllo. En exámenes finales y con mi graduación en la puerta, entre el vestido y las invitaciones me dieron la peor noticia de mi vida. Rodrigo tenía esclerosis múltiple. Yo ni entendía lo que eso significaba, creo que nunca lo entendí. Todavía me acuerdo de la mañana siguiente, el primer día en que salí a la calle sabiendo que algo se había roto con aquella taza de café. Traía una chamarra azul y una cola de caballo. Me parecía estar viviendo una película, otra vida, un sueño. Aún hoy me resulta terriblemente difícil aceptar aquello que es más grande que yo, que existen el sufrimiento y la mala suerte. Sin darme cuenta y quizá en una egoísta defensa propia me construí un cascarón de fuerza e indiferencia mientras la chispa de los ojos de mi hermano poco a poco se consumía ante mí. Se evaporaron su seguridad y su inteligente simpatía. Duele mucho ser hipócrita con la vida misma. Hundirse en una idea y llevarla hasta el límite, y ver los recuerdos con correxión de color, y ser etéreo ante el miedo y la soledad.
Una ventana de luz se ha abierto en nuestro cielo, pero me temo que mi cáscara me nubla un poco la vista y no alcanzo a ver más allá... y por dentro un agua de felicidad y dudas me llega ya hasta la nariz.
Una vorágine de noticias vino semanas después. Que se tiene que hacer estudios. Que en Colima no pueden hacerlos, que se vaya a Guadalajara. Que vea a este doctor... y a éste... y a este otro. Que puede que sea ésto o aquéllo. En exámenes finales y con mi graduación en la puerta, entre el vestido y las invitaciones me dieron la peor noticia de mi vida. Rodrigo tenía esclerosis múltiple. Yo ni entendía lo que eso significaba, creo que nunca lo entendí. Todavía me acuerdo de la mañana siguiente, el primer día en que salí a la calle sabiendo que algo se había roto con aquella taza de café. Traía una chamarra azul y una cola de caballo. Me parecía estar viviendo una película, otra vida, un sueño. Aún hoy me resulta terriblemente difícil aceptar aquello que es más grande que yo, que existen el sufrimiento y la mala suerte. Sin darme cuenta y quizá en una egoísta defensa propia me construí un cascarón de fuerza e indiferencia mientras la chispa de los ojos de mi hermano poco a poco se consumía ante mí. Se evaporaron su seguridad y su inteligente simpatía. Duele mucho ser hipócrita con la vida misma. Hundirse en una idea y llevarla hasta el límite, y ver los recuerdos con correxión de color, y ser etéreo ante el miedo y la soledad.
Una ventana de luz se ha abierto en nuestro cielo, pero me temo que mi cáscara me nubla un poco la vista y no alcanzo a ver más allá... y por dentro un agua de felicidad y dudas me llega ya hasta la nariz.