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Espiar
Espiar es uno de esos verbos que poco a poco dejamos atrás. No digo que dejemos de espiar, siempre lo haremos porque el ser humano es voyeur (me encanta esa palabra) por naturaleza. Sin embargo, espiar por espiar, con la emoción que el verbo mismo significa en su sigilosa construcción, sí se olvida. La guerra fría se enfría y el culto a caminar de puntitas encorvados y ver por debajo de la puerta también. Ponerse el dédo índice sobre los labios y abrir mucho los ojos, moverse como un gato acechante y comunicarse casi telepáticamente con el cómplice pierde poco a poco sentido. Ser espía pasa de ser mágico a ser hasta cierto punto vulgar. A medida que la fantasía del espionaje se disuelve, la información por sí misma gana poder mientras que el hecho de espiar lo evapora. Ya no importa el cómo siempre y cuando el chisme que se pesca sea interesante. Agazaparse bajo la cama, dentro de un canasto o detrás de la ventana para medio ver fuera de foco y anónimamente una acción donde se está hablando del súper de la semana pierde la chispa que alguna vez tuvo... y si volvemos a encenderla para ver qué hay detrás de dos kilos de zanahorias y un racimo de cilantro?
Imagen de Glicee Print