7:19 PM Edit This 8 Comments »

Si bien en Colima ir al súper es la diversión número uno (creo que es la ciudad con mayor número de supermercados por habitante), ir al cine está seguramente después de ir a misa. El cine en Colima es verdaderamente un suplicio. Había uno bueno, parecido al Cine del Bosque, pero lo cerraron porque creo que sólo yo iba (y sola, para acabarla). Actualmente hay tres; uno porno del que no puedo dar explicaciones y dos comerciales. De esos, uno está sí, en un tercer piso, en una ciudad sísmica como es Colima, y unos MMCinemas que están junto a Soriana. Si tan sólo la gente se pasara del súper al cine...
El caso es que para asegurar un lleno parcial, las películas más comerciales de las comerciales de las comerciales llegan, meses después, al único cine decente de la ciudad. El fin de semana revisé la cartelera y estaba el ilusionista y aunque me había quedado con las ganas de verla, tenía como flojera. Mi cuñada terminó de convencerme pidiéndome que le contestara un formulario acerca de la operación del cine a cambio de una entrada gratis, con refresco y palomitas incluidas.
A la gorra ni quien le corra pensé mientras me explicaba que debía contestar las preguntas para una investigación de mercados que hacía una empresa para evaluar a MMCinemas, que el formulario se lo habían mandado de México y que ella no podía ir porque prefería quedarse con mi hermano. Gustosa, tomé las cortesías y el formulario y me dirigí a Soriana.
Llegué, cambié mi boleto, compré mis palomitas y mi refresco fijándome bien y anotando si todos tenían la playera, la gorra y el gafete; si me habían ofrecido la MMCard o si me informaban de las promociones en dulcería, cuántos minutos hice en la fila, si me dijeron buenas noches pase usted, si la película empezó a tiempo.
Al terminar la película vacié los datos en el formulario y lo entregué en Servicio a Clientes, como había entendido que era preciso proceder. ERROR. La comunicación me jugó una mala partida y no era eso que debía hacer sino regresarle los papeles a mi cuñada sin que nadie del cine se enterara.
Mi hermano me habló en la noche preguntando por el formulario y caimos en cuenta de que el malentendido podía ocasionar que la investigación se viniera abajo. Histérica de horror y vergüenza entré a MMCinemas pasadas las once de la noche. La dulcería estaba apagada ya y no había ya nadie en el vestíbulo. El guardia me llevó a la oficina donde un par de jefecillos cínicos tenían mis papeles en las manos y me veían con aires de superioridad, como se ve a un ratón caer en una ratonera.
Les expliqué lo que había pasado, que esos papeles eran míos y que no podían hacerme eso, que todo había sido un error, que ellos no debían enterarse. "El problema es que nos enteramos" dijo uno, con una sonrisita de triunfo. Me interrogaron, me dijeron que quién me pagaba, que de dónde venía, que investigarían en origen de todo eso, que no podían derme algo que revelaba información de la operación del cine. POR FAVOR, si yo misma había llenado los papeles y no decía mucho más que cuánto tiempo había tardado en hacer la fila de las palomitas, que sus salsas estaban sucias y sus baños limpos. No hubo manera de hacerlos entender, realmente pensaban que habían descubierto el hilo negro de una conspiración en contra de su empresa por culpa de un descuido de una pobre muchachita ingenua e ignorante. Justifiqué cuanto pude durante una media hora, me imaginé a mí misma arrebatando los papeles de las manos de uno de ellos, que frente a mí los hojeaba diciendo que llegarían hasta las últimas consecuencias. Me sentía forastera interrogada en la procuraduría, como de película. Me imaginé siendo demandada por la empresa de mercadotecnia, misma que perdería millones invertidos en la investigación por mi culpa. Salí derrotada, con la cola entre las patas y a punto de llorar de impotencia y susto. Lo máximo que había logrado era una cita al día siguiente con la administradora.
Me subí a la camioneta y le conté a mi papá que sí había encontrado los papeles, pero que no me los querían dar. Furioso, mi papá entró a la oficina gritando que me estaban robando, que el formulario era mío. Les dijo a los tipos que qué tontos eran de no dejarse evaluar, que por si no lo sabían todas las empresas hacían estudios así y que si su mundo era tan pequeño como para no darse cuenta de eso, no era culpa nuestra. No lo escucharon y le pidieron burocráticamente que "hiciera favor de abandonar la oficina". Se gritaron hasta de groserías ante mis ojos atónitos. Mi papá dijo que eran unos necios, que no veían más allá de sus narices, que no se daban cuenta del problema de imagen en el que podían meter a su empresa al reaccionar paranóicamente ante una evaluación por parte de una estudiante decente que no tenía necesidad de pasar por esos trances. La cosa se puso tan agresiva que el guardia empezó a llamar a seguridad bociferando en su radiecito. Digno y entero mi papá les dijo que ya se iba, pero que Colima era muy chiquito y que algún día se los iba a encontrar haciendo algún trámite y que... bueno yo ya no quise saber más.
Estaba asustada por lo que pudiera pasar con mi cuñada y la investigación. Ella también sentía pena por haberme metido en ese berenjenal.
Al otro día, fui muy puntual a mi cita con la administradora, quien MUY amablemente me explicó que no había de qué preocuparse, que ella sabía cómo funcionaban esas cosas, y que tenía conocimiento de todo. Me devolvió mi formulario hasta en una carpeta pidiéndome que perdonara por favor a sus empleados que se asustaron y por eso reaccionaron así. Me contó que le habían hablado por teléfono a medianoche apanicados, una vez que mi papá y yo nos habíamos ido. Yo toda sonriente me limité a decir que muchas gracias, pero que por favor civilizara a su gente que me habían hecho pasar un mal rato.
Entregué los papeles y no pasó a mayores (uffff), pero de ahora en adelante juro que no se me va a olvidar el A ver si entendí bien, bla bla bla (...) correctoooo? básico para una estudiante en Ciencias de la Comunicación.

Imagen de Edek, Deviantart.

10:43 PM Edit This 4 Comments »

No falla. Empiezan las vacaciones y mi mente entra en un jardín de manicomio, de esos que tienen banquitas blancas, árboles y pasto muy verde. Un jardín aislado, en el que uno se sienta en pijama a pensar sin estructuras ni lógica... puras ideas sin pies ni cabeza. Más allá de los muros del jardín, escucho al mundo moverse a mi alrededor. Las rutinas que lo hacen funcionar aún se entrelazan en su dinámica cotidiana mientras la mía se ha ido a meter en un caparazón de tortuga donde se mueve en cámara lenta.
Son días lentos y bizarros dentro del jardín. Mi mente no se está quieta y cada vez está más loca. La rutina atrapada y la mente libre no son una pareja sana... La gente me habla y mientras la escucho, la imagino con la cara azul y flores violetas en la cabeza. O vestida de afgana. O con un gorro ruso. O con mariposas hechas de chispitas voleteando a su alrededor.
Me llegan mis sesiones de autoconocimiento, en las que hago por pasar más y más niveles en la carrera interminable de entenderse. Saco conclusiones e intento explicar el porqué de mis contradicciones. Estas suelen ser entretenidas porque hay que escarbarle al pasado. Cualquier cosita, por mínima que pareció en su momento, puede ser la causa de muchas cuestiones sin respuesta. La parte fea es cuando, una vez encontrado el hilo negro, caigo en cuenta que lo importante no era entenderlo, sino encontrar la manera de cambiarlo. Es en ese momento en el que me siento en un libro de superación personal, que como debe de hacerse con todo ese tipo de libros, cierro en ese mismo instante para pensar en otra cosa.
Finalmente llega la obligada etapa en la que pienso si realmente quiero cambiar de caballo o mejor sigo con el mismo y no me refiero a mis preferencias políticas. Mi costal está repleto de momentos de reflexión y nunca he sabido con certeza responder a esa pregunta, ¿le cambio o le sigo?. Los gorros rusos y las flores violetas me distraen. De pronto, el momento de abrirle el caparazón a la rutina llega y la mente ya no es tan libre, debe seguir normas y organizarse... tiene muy poco tiempo para regresar al pasto verde del manicomio y pensar en cosas no rentables...
Hoy las vacaciones están de nuevo aquí y las recibo con miedo y ganas de quedarme dormida en el jardín de la locura.

8:44 PM Edit This 4 Comments »

La FIL


Ningún evento cultural, ni siquiera la filarmónica con el ballet ruso de 800 pesos el boleto tienen para mí el valor sentimental que tiene la Feria del Libro de Guadalajara. La emoción de no ir a la escuela para venir desde Colima, a las siete de la mañana, desayunar un pan del Globo y estar a las diez en la puerta de la expo.
Pasar todo el día de la mano de mi papá, viendo libros y viéndolo hojear libros con fotografías brillantes. Acompañarlo a preguntar si este año sí tenían La Arquitectura de León Battista Alberti... que cómo me gustaba escuchar la fonética rítmica de ese nombre.
Buscar entre la gente a la señora pelirroja que se escabullía por entre los pasillos y sentir un gran alivio al verla lejos, entre la gente, cargando bolsas de libros y hablando con desconocidos.
Tragarse un rápido susto a creer por una fracción de segundo que se ha perdido la bolsa de mano, la bolsa de libros, la factura de compra o la hermana chiquita. Sentirse grande cuando el encargado de x editorial no conocía lo que le estaba pidiendo.
Comer lo horribles baguettes fríos y caros de pan chicloso con los pies adoloridos.
Pedir una vez más el Todo Mafalda.
Visitar el Stand de la Universidad de Colima y burlarse de los nuevos libros editados por el primo del amigo del hermano del Gobernador.
Viajar de regreso a Colima, en la noche y leyendo los libros nuevos con la luz de la luna, quemándonos los ojos sin que los papás se dieran cuenta.


Este año caí en la cuenta de que nuestros rituales en la Fil son siempre los mismos. Llegar, quejarse por lo peligroso que es el espiral para subir al estacionamiento, evaluar la fila para entrar desde las escaleras eléctricas, comenzar con el recorrido de derecha a Izquierda, empezando por las editoriales religiosas que no le interesan a nadie, para pasadas las 7 de la noche quejarse de que no alcanzamos a llegar hasta el otro extremo, donde están los diccionarios y las enciclopedias electrónicas.
Ir nostálgicamente al fabuloso Stand que pone el ITESO, con aires de si yo hubiera. Buscar el Stand de Alfaguara y renegar de lo caro que son los de Alianza y Aneagrama. Renovar la suscripción de Letras Libres y hacer chistes acerca de los libros que cada quien debería comprar (y sí, este año tocó que me ajeraran con libros de obesidad...). Ir a cenar y justificar las elecciones de compra.
La excursión a la FIL es todo un evento ligado a un montón de sentimientos que se entremezclan entre ellos, con ellos y con la versión contemporánea de ellos. Las visiones, la gente, el olor de libros envueltos en plástico, los planes para el próximo año, la agenda ficticia que demanda un orden para leer lo nuevo y comprar lo que no alcanzó a comprarse. La FIL es como un espacio de deseos, sorpresas, expectativas y encuentros, con uno, con el que uno fue, con el de al lado y con el que está lejos, pero lee.