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Se fue. Se me fue.
Cuando me detuve para respirar se me ocurrió voltear hacia atrás. No podía oír más que mi respiración agitada. Entonces fue que me vi. Yo, pequeña, con el pelo demasiado largo y despeinado, una idea loca en la cabeza y algún vestido atemporal que me hiciera sentir princesa. Esa yo, de ni un metro de alto, modosita pero desaliñada, me saludaba desde lejos. La yo niña, monstruito de buenos modales. La que presume que su hermano no toma ningún lácteo cuando ella no soporta la leche. La que se cree más lista que la maestra y se sabe menos bonita que la prima. La que habla sin pensar, esa, se alejaba lentamente agitando la mano izquierda hasta que la perdí de vista. Se fue. Se me fue.